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El problema de los conejos en Australia


La introducción del conejo europeo en Australia es el más espectacular ejemplo de cómo una especie no autóctona introducida por el ser humano puede ocasionar un impacto catastrófico sobre un ecosistema.

El conejo común (Oryctolagus cuniculus) no es una especie nativa de Australia. En este continente no existían los conejos hasta 1859, en que Thomas Austin, un propietario de amplios terrenos en Nueva Gales del Sur, importó 6 parejas de Inglaterra para disponer de piezas de caza en sus fincas.
No pensó que esta especie, al no ser autóctona, no poseía depredadores naturales en el territorio. Esto, unido a la conocida capacidad reproductiva de estos animales, hizo que se multiplicaran de forma explosiva.
Seis años después, Mr. Austin calculaba que había cazado unos 20000 y que aún quedaban en sus tierras otros tantos.



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Además, los conejos habían sobrepasado las vallas de sus propiedades, saltando o excavando galerías. Hacia 1887, solamente en la provincia de Nueva Gales del Sur se habían abatido unos 20 millones de conejos. 


A principios del siglo XX la plaga de conejos en Australia era de tal magnitud que en amplias zonas del país la vegetación herbácea había sido arrasada y numerosas especies nativas estaban en grave peligro de extinción por falta de alimento.
Entonces, el gobierno tomó diferentes medidas: se incentivó la caza, se repartieron miles de trampas y veneno, se construyeron cercas especiales para conejos, etc. Pero nada de ellos llegó a tener el resultado esperado, pues aunque se eliminaron millones de conejos, la plaga persistió.



Hacia 1950, Australia se estaba quedando sin vegetación, lo que suponía un grave problema para la economía del país, que se apoyaba mayoritariamente en el ganado ovino. Sin olvidar el grave daño que estaban sufriendo sus ecosistemas naturales.

Entonces, se adoptó una solución consistente en liberar mosquitos infectados con el virus de la mixomatosis (una enfermedad mortal para el conejo europeo). En poco tiempo la población de conejos se redujo de forma drástica debido a que la plaga de mixomatosis se extendió por todo el continente, y así comenzaron a recuperarse los pastos para uso ganadero y otras especies que se encontraban al borde de la extinción.

Sin embargo, no toda la población de conejos desapareció, pues algunos lograron sobrevivir a la enfermedad, transmitiendo esta resistencia a sus descendientes. Lo que sucedió fue un doble proceso de selección: el virus de la mixomatosis era tan letal que con frecuencia el conejo infectado moría antes de que algún mosquito llegara a picarle y pudiese infectar a otros conejos. De este modo, la cepa original del virus se iba extinguiendo junto a sus hospedadores.

Pero la evolución natural de estos microorganismos dio lugar a la aparición de cepas mutantes, que no producían la muerte del animal con tanta rapidez, con lo cual tenían mayores posibilidades de supervivencia al incrementar sus oportunidades para diseminarse entre las poblaciones de conejos mediante los mosquitos. Por tanto, la selección natural comenzó a favorecer a estas cepas menos virulentas, ante las que muchos conejos comenzaron a sobrevivir y a diseminarse de nuevo, aunque ahora ya controlados por el parásito.

De este modo, se ha producido una coevolución del parásito y su hospedador hasta alcanzar un equilibrio dinámico: cuando la población de conejos aumenta en exceso se originan plagas en las cuales de nuevo aparecen cepas muy virulentas de virus de la mixomatosis, con lo que la población se reduce mucho, iniciándose un nuevo ciclo. Así, este virus, a falta de depredadores, se ha encargado de mantener controladas las poblaciones de conejos en Australia.


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